HERMENÉUTICA Y
LITERATURA
ANOTACIONES ACERCA
DE ‘EL INMORALISTA’ DE GIDE
La pretensión es abordar una
cuestión hermenéutica concreta que
consiste en la transformación existencial de la vida fáctica y ver cómo ésta podría
estar vinculada a la literatura. Por esta razón, se tomará la literatura como
un testimonio óntico de la transformación de la existencia y siendo así, me
interesaría mostrar los elementos característicos que harían evidente en la
obra literaria, El inmoralista, el problema que nos compete finalmente que es
la transformación de sí mismo que conduce a una
apropiación de sí.
Este texto es una especie de
autoficción en la cual el personaje relata su proceso de transformación y del
inicio de la comprensión de sí. El texto comienza con una carta de auxilio
dirigida al señor D.R. presidente del consejo, y es enviada por los amigos de
Michel que han visto en su amigo un cambio drástico con respecto a quien creían
conocer. “(…) Sin embargo, no nos faltaron noticias suyas; pero la que nos
dieron Silas y Willi, que le habían visto, no dejaron de asombrarnos. En él se
producía un cambio que todavía no alcanzábamos a explicarnos. Ya no era el muy
docto puritano de antes (…)”[1] Es
así, como Michel cuando se encuentra con ellos relata lo acontecido, lo que le
ha conducido a dicho cambio. “Ojalá pueda vuestra amistad, que tan bien resiste
la ausencia, resistir también el relato que quiero haceros. Porque, si os he
llamado bruscamente, y os he hecho viajar hasta mi lejana morada, ha sido para
veros únicamente, y para que vosotros pudierais oírme. No quiero otro socorro
que este: hablaros porque me hago en un punto tal de mi vida que ya no puedo ir
más allá. No por lasitud, sin embargo. Sino porque ya no comprendo. Necesito…necesito
hablar, os digo. Saber liberarse no es nada; lo arduo es saber ser libre…”[2] De
esta manera ha empezado todo, ya se ha operado en él la transformación, ya ha
decidido hacer la elección, la comprensión de sí se ha estancado un poco,
porque se ha liberado, pero no sabe cómo ser libre; es decir, no sabe cómo
permanecer libre, cómo vivir en su libertad alcanzada, cómo proceder en la
acción. Tal vez, al acudir a sus amigos y el expresar lo que pasa reviva su experiencia y ayude a que sobrepase
el punto muerto.
Michel es un hombre convencional,
cuya existencia cotidiana está absorbida en el uno impersonal. De todas formas,
el modo regular e inmediato como el Dasein
se tiene a sí mismo, es un modo impropio. Huyendo de su ser u olvidándose de su
ser. La interpretación del uno
descarga al Dasein del peso de su
ser, le sustrae la responsabilidad de su existencia, y en esa medida evita la
angustia; pero también, en esa misma medida, incapacita la posibilidad de
liberarse, y de hacer la elección, vuelve más difícil la capacidad de
emancipación de sí. Bauman acota que el Das
Man de Heidegger, el uno, es
sobre todo Término Medio: es la “nivelación” de diversas posibilidades de ser.
Nuestra existencia, al reflejarse en miríadas de espejos, no tiene posibilidad
de sorprendernos como extraña y por lo tanto digna de análisis, de invitarnos a
dirigir nuestros reflectores sobre ella y plantearla como un problema[3]. Y
es por ello que dice Michel: “Ni por un instante me asaltó la idea de que
pudiera yo llevar una existencia diferente ni de que se pudiera vivir de otro
modo”[4]
“Otra cosa, quizá todavía más
importante, que yo ignoraba, era que tenía una salud muy delicada. ¿Cómo habría
de saberlo no habiéndola puesto nunca a prueba? (...) No fue sino en el barco
donde noté mi fatiga. Hasta entonces, cada ocupación, aumentándola, me distraía
de ella. El forzoso ocio de a bordo me permitía al fin reflexionar. Era, me
pareció, la primera vez.”[5] La
salud, a pesar de ser lo más próximo e
importante ónticamente, no le ha dado nunca ninguna razón para que pueda
someterla a examen a ella, o a su existencia en forma más amplia; no ha tenido
la oportunidad de cuestionar a aquello que es realmente y de qué modo pudiera o
debiera ser. A raíz de la llaneza de la rutina cotidiana la comprensión
permanece inarticulada.
“La comprensión, sin embargo,
comienza cuando se produce una forma particular de distanciamiento: cuando se
produce una brecha entre mi facticidad, mi modo de ser, y la esfera de mis
posibilidades”[6].
Y es precisamente la enfermedad, la que se convierte en posibilitadora de la
ruptura para que se dé el inicio de la comprensión que se mencionaba. En este
caso particular hablamos de una experiencia límite que funciona como
articuladora, y también como una experiencia catalizadora. “¿Para qué hablar de
los primeros días? ¿Qué queda de ellos? Su horrible recuerdo no tiene voz. Yo
no sabía ya ni quién era ni dónde estaba (…) Lo importante era que, como suele
decirse, la muerte me hubiera rozado con sus alas. Lo importante era que me resultara
más que asombroso vivir, que el día se hubiera convertido para mí en una luz
inesperada. Antes, pensaba, ni me daba cuenta de que vivía. Tendría que hacer
el palpitante descubrimiento de la vida.”[7]
Los primeros días, ya no sabía quién era, ni dónde estaba; la familiaridad y la
costumbre se había perdido. En ese momento es cuando se suspende el régimen del
uno.
“Y, de pronto, me invadió un deseo, un ansia,
algo más furioso todavía, más imperioso que todo cuanto había sentido hasta
entonces: ¡Vivir!, quiero vivir. Quiero vivir. Apreté los dientes, los puños, y
me concentré por entero, perdidamente, desoladamente, en aquel esfuerzo a favor
de la existencia.”[8]
Esa ansia podría compararse con la voz de la conciencia. El comprender la
invocación se revela como un querer-tener-conciencia y coincide con elegir la
elección, elegir un ser-sí-mismo. Es un querer tener conciencia de las
posibilidades de su ser, y para ello tiene que vivir, existir. El sí mismo
propio sólo es apresable existenciariamente a partir y a través de “una
modificación existentiva del uno. Esta modificación tiene la forma de un
retroceder, un traerse de vuelta. La apropiación óntica no se produce sino a
partir de un viraje en el sentido de una verdadera transformación. Y considerada
desde el punto de vista de la existencia
cotidiana del Dasein inmerso en el uno-mismo, la transformación tiene el
carácter de una liberación del imperio del uno, teniendo como requisito el
poner en cuestión la interpretación regular e inmediata que el Dasein hace de
su propio ser. Y precisamente eso es lo que empieza a suceder con Michel. Cuando
está dando un paseo en el jardín se pregunta: “¿Sería aquella mañana en que, al
fin, iba yo a nacer?”[9]
Este es el momento del despertar, y eso ocurre con un desplegar de los
sentidos, con un tener conciencia de los sentidos, de la propia vida; esto es,
de una manera un tanto alejada de la comprensión media. También, la vida de los
otros le revela algo de la suya. Y esa misma comprensión de los otros, abre el
camino para la apropiación de sí. “¡Ah, qué sano estaba! Eso era lo que me
enamoraba de él: la salud. La salud de aquel cuerpecito era bella.”[10]
El otro es, a partir de quien se puede ver y puede comprender lo que no es, o
lo que hace falta. A medida que pasa el tiempo, Michel se siente diferente, se
ve como otro, ha cambiado. “Di en despreciar en mí aquella ciencia que antes
constituía mi orgullo; los estudios que antaño fueron toda mi vida no parecía
tuvieran conmigo más que una relación por completo accidental y convencional.
Me descubrí otro, y existía, ¡oh gozo!, al margen de ellos.”[11]
Michel se entrega a sí mismo a redescubrirse y a quitarse las “máscaras” con
las que vivía, se entrega a la comprensión de su vida.
Michel cree también que puede
aprender más de los rústicos, que los puede comprender. Y esa nueva comprensión
despejará el camino hacia su sí-mismo, dejará ver el impulso hacia un estado
más salvaje, su ser-sí-mismo que tiene tendencia a compenetrarse con la
naturaleza.
Michel empieza a notar la
diferencia entre quien está asumiendo su propia existencia y quien no la está
asumiendo. Y la respuesta que buscaba de la vida, no la encuentra en los
teóricos o pensadores, sino en el contacto con la naturaleza, con los rústicos,
y no quiere decir que ellos se comprendan a sí mismos, o que se hayan apropiado
de sí, sino que observándolos a ellos, puede comprenderse Michel a sí mismo. “Al
principio esperé hallar una comprensión algo más directa de la vida entre
algunos novelistas y algunos poetas; mas, si la poseían, hay que reconocer que
apenas la mostraron; me pareció que la mayor parte de ellos ni siquiera vivían,
que se contentaban con parecer vivos y que poco faltaba para que consideraran
la vida como un enojoso obstáculo para escribir.”[12]
Además, la conciencia del propio valer es lo que procura la suspensión del uno. “Era por primera vez, la conciencia
de mi propio valer: lo que me apartaba, me distinguía de los demás, eso
importaba; lo que nadie sino yo decía y podía decir, eso era lo que tenía que
decir.”[13]
El personaje en su exploración descubre sus preferencias y convicciones,
empieza a construir su propia doctrina, hecho que descubre incluso Marceline:
“-Veo muy bien –me dijo un día-, comprendo de sobra tu doctrina, porque al
presenta ya es una doctrina. Quizá sea bella –y luego añadió, más bajo,
tristemente-, pero suprime a los débiles.”[14]
Con la ruptura de la comprensión media, en Michel se configura una nueva moral,
una nueva forma de percibir y comprender la naturaleza en su acepción más
amplia. En suma descubre su preferencia por las acciones que sean causa de
ruptura con la familiaridad, y allí es donde siente curiosidad por el que roba,
el que hace trampa en su propiedad, por la familia que tiene desorden moral,
por la pelea que lo hace sentir vivo, en otras palabras, de lo decadente y de
la dificultad es de lo que puede aprender.
Otra persona que se entera del
cambio de Michel es Ménalque, quien al parecer ya le lleva ventaja en el
proceso de la comprensión de sí mismo. “No tengo por costumbre ser discreto
sino con aquello que se me confía; de lo que me entero por mí mismo, mi
curiosidad, lo confieso, no tiene límites. Así, pues, he buscado, removido,
preguntado por todas partes donde he podido. Mi indiscreción me ha servido,
puesto que me ha hecho desear volver a verle; puesto que, en lugar del erudito
rutinario que antaño veía en usted, sé que ahora debo ver… a usted le
corresponde explicármelo.”[15] También
él puede notar la diferencia entre la autenticidad y la inautenticidad. Y de
hecho tiene algo de influencia sobre Michel. También comprendiendo algo de
Ménalque, el camino de apropiación de Michel se hace más corto. “¡Ah, si todos
los que nos rodean pudieran persuadirse de esto! Pero la mayoría piensan que no
obtendrán de sí mismos nada bueno si no es dominándose; solo se gustan
falseados. Todos pretenden parecerse a sí mismos lo menos posible. Cada cual se
propone un modelo, después lo imita; ni siquiera escoge el modelo que imita;
acepta un modelo ya existente. Sin embargo, creo que en el hombre hay otras
cosas que leer. No hay quien se atreva. No hay quien se atreva a volver la
página… Leyes de la imitación; yo las llamo leyes del miedo. Uno tiene miedo de
encontrarse solo; y uno no se encuentra en absoluto (…)”[16]
Precisamente, como se mencionaba con anterioridad, los movimientos
existenciales mediante los cuales el Dasein
evade la posibilidad de la apropiación, en este caso serían huída de sí, y el
olvido de sí; y eso es lo que Ménalque cree que hace la mayoría.
En suma, todo el proceso lento de
transformación de Michel, que inicialmente es de afuera hacia adentro y luego
de adentro hacia fuera para finalmente aspirar a todo lo natural, es el que
permite tal apropiación de sí. Pero del mismo modo, tal apropiación no se ha
consumado para él totalmente, ya que como él mismo dice a sus amigos y en
quienes deposita su confianza: “Arrancadme de aquí, ahora, y dadme razones para
existir. Yo no sé ya encontrarlas. Tal vez me he liberado, pero ¿qué importa?
Sufro por esta libertad sin empleo (...)”[17]
Se ha liberado, pero no sabe ser libre. El camino continúa, y allí empieza lo
más arduo.
[1] GIDE, André. El inmoralista. Barcelona:
De bolsillo, 2003. P 16
[2]
Ibíd. P 21
[3]
BAUMAN, Zygmunt. La hermenéutica y
las ciencias sociales: La comprensión como actividad vital: Martin
Heidegger. Buenos Aires: Nueva visión,
2002. P 159
[4] GIDE, Op, Cit., P 23
[5] Ibíd. P 24-26
[6]
BAUMAN, Op, Cit., P 160
[7] GIDE, Op, Cit., P 33
[8] Ibíd. P 37
[9] Ibíd. P 46
[10] Ibíd. P 36
[11] Ibíd. P 61
[12] Ibíd. P 101
[13] Ibíd. P 103
[14] Ibíd. P 152
[15] Ibíd. P 106
[16] Ibíd. P 112
[17] Ibíd. P 166
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