lunes, 17 de septiembre de 2012

Anotaciones acerca de "El inmoralista" de Gide


HERMENÉUTICA Y LITERATURA
ANOTACIONES ACERCA DE ‘EL INMORALISTA’ DE GIDE



La pretensión es abordar una cuestión hermenéutica concreta  que consiste en la transformación existencial de la vida fáctica y ver cómo ésta podría estar vinculada a la literatura. Por esta razón, se tomará la literatura como un testimonio óntico de la transformación de la existencia y siendo así, me interesaría mostrar los elementos característicos que harían evidente en la obra literaria, El inmoralista,  el problema que nos compete finalmente que es la transformación de sí mismo que conduce a una  apropiación de sí.
Este texto es una especie de autoficción en la cual el personaje relata su proceso de transformación y del inicio de la comprensión de sí. El texto comienza con una carta de auxilio dirigida al señor D.R. presidente del consejo, y es enviada por los amigos de Michel que han visto en su amigo un cambio drástico con respecto a quien creían conocer. “(…) Sin embargo, no nos faltaron noticias suyas; pero la que nos dieron Silas y Willi, que le habían visto, no dejaron de asombrarnos. En él se producía un cambio que todavía no alcanzábamos a explicarnos. Ya no era el muy docto puritano de antes (…)”[1] Es así, como Michel cuando se encuentra con ellos relata lo acontecido, lo que le ha conducido a dicho cambio. “Ojalá pueda vuestra amistad, que tan bien resiste la ausencia, resistir también el relato que quiero haceros. Porque, si os he llamado bruscamente, y os he hecho viajar hasta mi lejana morada, ha sido para veros únicamente, y para que vosotros pudierais oírme. No quiero otro socorro que este: hablaros porque me hago en un punto tal de mi vida que ya no puedo ir más allá. No por lasitud, sin embargo. Sino porque ya no comprendo. Necesito…necesito hablar, os digo. Saber liberarse no es nada; lo arduo es saber ser libre…”[2] De esta manera ha empezado todo, ya se ha operado en él la transformación, ya ha decidido hacer la elección, la comprensión de sí se ha estancado un poco, porque se ha liberado, pero no sabe cómo ser libre; es decir, no sabe cómo permanecer libre, cómo vivir en su libertad alcanzada, cómo proceder en la acción. Tal vez, al acudir a sus amigos y el expresar lo que pasa  reviva su experiencia y ayude a que sobrepase el punto muerto.
Michel es un hombre convencional, cuya existencia cotidiana está absorbida en el uno impersonal. De todas formas, el modo regular e inmediato como el Dasein se tiene a sí mismo, es un modo impropio. Huyendo de su ser u olvidándose de su ser. La interpretación del uno descarga al Dasein del peso de su ser, le sustrae la responsabilidad de su existencia, y en esa medida evita la angustia; pero también, en esa misma medida, incapacita la posibilidad de liberarse, y de hacer la elección, vuelve más difícil la capacidad de emancipación de sí. Bauman acota que el Das Man de Heidegger, el uno, es sobre todo Término Medio: es la “nivelación” de diversas posibilidades de ser. Nuestra existencia, al reflejarse en miríadas de espejos, no tiene posibilidad de sorprendernos como extraña y por lo tanto digna de análisis, de invitarnos a dirigir nuestros reflectores sobre ella y plantearla como un problema[3]. Y es por ello que dice Michel: “Ni por un instante me asaltó la idea de que pudiera yo llevar una existencia diferente ni de que se pudiera vivir de otro modo”[4]
“Otra cosa, quizá todavía más importante, que yo ignoraba, era que tenía una salud muy delicada. ¿Cómo habría de saberlo no habiéndola puesto nunca a prueba? (...) No fue sino en el barco donde noté mi fatiga. Hasta entonces, cada ocupación, aumentándola, me distraía de ella. El forzoso ocio de a bordo me permitía al fin reflexionar. Era, me pareció, la primera vez.”[5] La salud, a pesar de  ser lo más próximo e importante ónticamente, no le ha dado nunca ninguna razón para que pueda someterla a examen a ella, o a su existencia en forma más amplia; no ha tenido la oportunidad de cuestionar a aquello que es realmente y de qué modo pudiera o debiera ser. A raíz de la llaneza de la rutina cotidiana la comprensión permanece inarticulada.
“La comprensión, sin embargo, comienza cuando se produce una forma particular de distanciamiento: cuando se produce una brecha entre mi facticidad, mi modo de ser, y la esfera de mis posibilidades”[6]. Y es precisamente la enfermedad, la que se convierte en posibilitadora de la ruptura para que se dé el inicio de la comprensión que se mencionaba. En este caso particular hablamos de una experiencia límite que funciona como articuladora, y también como una experiencia catalizadora. “¿Para qué hablar de los primeros días? ¿Qué queda de ellos? Su horrible recuerdo no tiene voz. Yo no sabía ya ni quién era ni dónde estaba (…) Lo importante era que, como suele decirse, la muerte me hubiera rozado con sus alas. Lo importante era que me resultara más que asombroso vivir, que el día se hubiera convertido para mí en una luz inesperada. Antes, pensaba, ni me daba cuenta de que vivía. Tendría que hacer el palpitante descubrimiento de la vida.”[7] Los primeros días, ya no sabía quién era, ni dónde estaba; la familiaridad y la costumbre se había perdido. En ese momento es cuando se suspende el régimen del uno.
 “Y, de pronto, me invadió un deseo, un ansia, algo más furioso todavía, más imperioso que todo cuanto había sentido hasta entonces: ¡Vivir!, quiero vivir. Quiero vivir. Apreté los dientes, los puños, y me concentré por entero, perdidamente, desoladamente, en aquel esfuerzo a favor de la existencia.”[8] Esa ansia podría compararse con la voz de la conciencia. El comprender la invocación se revela como un querer-tener-conciencia y coincide con elegir la elección, elegir un ser-sí-mismo. Es un querer tener conciencia de las posibilidades de su ser, y para ello tiene que vivir, existir. El sí mismo propio sólo es apresable existenciariamente a partir y a través de “una modificación existentiva del uno. Esta modificación tiene la forma de un retroceder, un traerse de vuelta. La apropiación óntica no se produce sino a partir de un viraje en el sentido de una verdadera transformación. Y considerada desde  el punto de vista de la existencia cotidiana del Dasein inmerso en el uno-mismo, la transformación tiene el carácter de una liberación del imperio del uno, teniendo como requisito el poner en cuestión la interpretación regular e inmediata que el Dasein hace de su propio ser. Y precisamente eso es lo que empieza a suceder con Michel. Cuando está dando un paseo en el jardín se pregunta: “¿Sería aquella mañana en que, al fin, iba yo a nacer?”[9] Este es el momento del despertar, y eso ocurre con un desplegar de los sentidos, con un tener conciencia de los sentidos, de la propia vida; esto es, de una manera un tanto alejada de la comprensión media. También, la vida de los otros le revela algo de la suya. Y esa misma comprensión de los otros, abre el camino para la apropiación de sí. “¡Ah, qué sano estaba! Eso era lo que me enamoraba de él: la salud. La salud de aquel cuerpecito era bella.”[10] El otro es, a partir de quien se puede ver y puede comprender lo que no es, o lo que hace falta. A medida que pasa el tiempo, Michel se siente diferente, se ve como otro, ha cambiado. “Di en despreciar en mí aquella ciencia que antes constituía mi orgullo; los estudios que antaño fueron toda mi vida no parecía tuvieran conmigo más que una relación por completo accidental y convencional. Me descubrí otro, y existía, ¡oh gozo!, al margen de ellos.”[11] Michel se entrega a sí mismo a redescubrirse y a quitarse las “máscaras” con las que vivía, se entrega a la comprensión de su vida.
Michel cree también que puede aprender más de los rústicos, que los puede comprender. Y esa nueva comprensión despejará el camino hacia su sí-mismo, dejará ver el impulso hacia un estado más salvaje, su ser-sí-mismo que tiene tendencia a compenetrarse con la naturaleza.
Michel empieza a notar la diferencia entre quien está asumiendo su propia existencia y quien no la está asumiendo. Y la respuesta que buscaba de la vida, no la encuentra en los teóricos o pensadores, sino en el contacto con la naturaleza, con los rústicos, y no quiere decir que ellos se comprendan a sí mismos, o que se hayan apropiado de sí, sino que observándolos a ellos, puede comprenderse Michel a sí mismo. “Al principio esperé hallar una comprensión algo más directa de la vida entre algunos novelistas y algunos poetas; mas, si la poseían, hay que reconocer que apenas la mostraron; me pareció que la mayor parte de ellos ni siquiera vivían, que se contentaban con parecer vivos y que poco faltaba para que consideraran la vida como un enojoso obstáculo para escribir.”[12] Además, la conciencia del propio valer es lo que procura la suspensión del uno. “Era por primera vez, la conciencia de mi propio valer: lo que me apartaba, me distinguía de los demás, eso importaba; lo que nadie sino yo decía y podía decir, eso era lo que tenía que decir.”[13] El personaje en su exploración descubre sus preferencias y convicciones, empieza a construir su propia doctrina, hecho que descubre incluso Marceline: “-Veo muy bien –me dijo un día-, comprendo de sobra tu doctrina, porque al presenta ya es una doctrina. Quizá sea bella –y luego añadió, más bajo, tristemente-, pero suprime a los débiles.”[14] Con la ruptura de la comprensión media, en Michel se configura una nueva moral, una nueva forma de percibir y comprender la naturaleza en su acepción más amplia. En suma descubre su preferencia por las acciones que sean causa de ruptura con la familiaridad, y allí es donde siente curiosidad por el que roba, el que hace trampa en su propiedad, por la familia que tiene desorden moral, por la pelea que lo hace sentir vivo, en otras palabras, de lo decadente y de la dificultad es de lo que puede aprender.
Otra persona que se entera del cambio de Michel es Ménalque, quien al parecer ya le lleva ventaja en el proceso de la comprensión de sí mismo. “No tengo por costumbre ser discreto sino con aquello que se me confía; de lo que me entero por mí mismo, mi curiosidad, lo confieso, no tiene límites. Así, pues, he buscado, removido, preguntado por todas partes donde he podido. Mi indiscreción me ha servido, puesto que me ha hecho desear volver a verle; puesto que, en lugar del erudito rutinario que antaño veía en usted, sé que ahora debo ver… a usted le corresponde explicármelo.”[15] También él puede notar la diferencia entre la autenticidad y la inautenticidad. Y de hecho tiene algo de influencia sobre Michel. También comprendiendo algo de Ménalque, el camino de apropiación de Michel se hace más corto. “¡Ah, si todos los que nos rodean pudieran persuadirse de esto! Pero la mayoría piensan que no obtendrán de sí mismos nada bueno si no es dominándose; solo se gustan falseados. Todos pretenden parecerse a sí mismos lo menos posible. Cada cual se propone un modelo, después lo imita; ni siquiera escoge el modelo que imita; acepta un modelo ya existente. Sin embargo, creo que en el hombre hay otras cosas que leer. No hay quien se atreva. No hay quien se atreva a volver la página… Leyes de la imitación; yo las llamo leyes del miedo. Uno tiene miedo de encontrarse solo; y uno no se encuentra en absoluto (…)”[16] Precisamente, como se mencionaba con anterioridad, los movimientos existenciales mediante los cuales el Dasein evade la posibilidad de la apropiación, en este caso serían huída de sí, y el olvido de sí; y eso es lo que Ménalque cree que hace la mayoría.
En suma, todo el proceso lento de transformación de Michel, que inicialmente es de afuera hacia adentro y luego de adentro hacia fuera para finalmente aspirar a todo lo natural, es el que permite tal apropiación de sí. Pero del mismo modo, tal apropiación no se ha consumado para él totalmente, ya que como él mismo dice a sus amigos y en quienes deposita su confianza: “Arrancadme de aquí, ahora, y dadme razones para existir. Yo no sé ya encontrarlas. Tal vez me he liberado, pero ¿qué importa? Sufro por esta libertad sin empleo (...)”[17] Se ha liberado, pero no sabe ser libre. El camino continúa, y allí empieza lo más arduo.





[1] GIDE, André. El inmoralista. Barcelona: De bolsillo, 2003. P 16
[2] Ibíd. P 21
[3] BAUMAN, Zygmunt. La hermenéutica y las ciencias sociales: La comprensión como actividad vital: Martin Heidegger.  Buenos Aires: Nueva visión, 2002. P 159
[4] GIDE, Op, Cit.,  P 23
[5] Ibíd. P 24-26
[6] BAUMAN, Op, Cit., P 160
[7] GIDE, Op, Cit.,  P 33
[8] Ibíd. P 37
[9] Ibíd. P 46
[10] Ibíd. P 36
[11] Ibíd. P 61
[12] Ibíd. P 101
[13] Ibíd. P 103
[14] Ibíd. P 152
[15] Ibíd. P 106
[16] Ibíd. P 112
[17] Ibíd. P 166

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