lunes, 17 de septiembre de 2012

El tiempo lo cura


TODO TIENE SU TIEMPO...

Una tarde en Ljubljana
Vanidad de vanidades...todo es vanidad. Más cerca de la muerte, y todo es nimiedad. La lealtad de los amigos se degrada y no queda más en qué pensar...Vanidad de vanidades, todo es vanidad! No soporto esta hiperestesia causada por el dolor...

Anotaciones acerca de "El inmoralista" de Gide


HERMENÉUTICA Y LITERATURA
ANOTACIONES ACERCA DE ‘EL INMORALISTA’ DE GIDE



La pretensión es abordar una cuestión hermenéutica concreta  que consiste en la transformación existencial de la vida fáctica y ver cómo ésta podría estar vinculada a la literatura. Por esta razón, se tomará la literatura como un testimonio óntico de la transformación de la existencia y siendo así, me interesaría mostrar los elementos característicos que harían evidente en la obra literaria, El inmoralista,  el problema que nos compete finalmente que es la transformación de sí mismo que conduce a una  apropiación de sí.
Este texto es una especie de autoficción en la cual el personaje relata su proceso de transformación y del inicio de la comprensión de sí. El texto comienza con una carta de auxilio dirigida al señor D.R. presidente del consejo, y es enviada por los amigos de Michel que han visto en su amigo un cambio drástico con respecto a quien creían conocer. “(…) Sin embargo, no nos faltaron noticias suyas; pero la que nos dieron Silas y Willi, que le habían visto, no dejaron de asombrarnos. En él se producía un cambio que todavía no alcanzábamos a explicarnos. Ya no era el muy docto puritano de antes (…)”[1] Es así, como Michel cuando se encuentra con ellos relata lo acontecido, lo que le ha conducido a dicho cambio. “Ojalá pueda vuestra amistad, que tan bien resiste la ausencia, resistir también el relato que quiero haceros. Porque, si os he llamado bruscamente, y os he hecho viajar hasta mi lejana morada, ha sido para veros únicamente, y para que vosotros pudierais oírme. No quiero otro socorro que este: hablaros porque me hago en un punto tal de mi vida que ya no puedo ir más allá. No por lasitud, sin embargo. Sino porque ya no comprendo. Necesito…necesito hablar, os digo. Saber liberarse no es nada; lo arduo es saber ser libre…”[2] De esta manera ha empezado todo, ya se ha operado en él la transformación, ya ha decidido hacer la elección, la comprensión de sí se ha estancado un poco, porque se ha liberado, pero no sabe cómo ser libre; es decir, no sabe cómo permanecer libre, cómo vivir en su libertad alcanzada, cómo proceder en la acción. Tal vez, al acudir a sus amigos y el expresar lo que pasa  reviva su experiencia y ayude a que sobrepase el punto muerto.
Michel es un hombre convencional, cuya existencia cotidiana está absorbida en el uno impersonal. De todas formas, el modo regular e inmediato como el Dasein se tiene a sí mismo, es un modo impropio. Huyendo de su ser u olvidándose de su ser. La interpretación del uno descarga al Dasein del peso de su ser, le sustrae la responsabilidad de su existencia, y en esa medida evita la angustia; pero también, en esa misma medida, incapacita la posibilidad de liberarse, y de hacer la elección, vuelve más difícil la capacidad de emancipación de sí. Bauman acota que el Das Man de Heidegger, el uno, es sobre todo Término Medio: es la “nivelación” de diversas posibilidades de ser. Nuestra existencia, al reflejarse en miríadas de espejos, no tiene posibilidad de sorprendernos como extraña y por lo tanto digna de análisis, de invitarnos a dirigir nuestros reflectores sobre ella y plantearla como un problema[3]. Y es por ello que dice Michel: “Ni por un instante me asaltó la idea de que pudiera yo llevar una existencia diferente ni de que se pudiera vivir de otro modo”[4]
“Otra cosa, quizá todavía más importante, que yo ignoraba, era que tenía una salud muy delicada. ¿Cómo habría de saberlo no habiéndola puesto nunca a prueba? (...) No fue sino en el barco donde noté mi fatiga. Hasta entonces, cada ocupación, aumentándola, me distraía de ella. El forzoso ocio de a bordo me permitía al fin reflexionar. Era, me pareció, la primera vez.”[5] La salud, a pesar de  ser lo más próximo e importante ónticamente, no le ha dado nunca ninguna razón para que pueda someterla a examen a ella, o a su existencia en forma más amplia; no ha tenido la oportunidad de cuestionar a aquello que es realmente y de qué modo pudiera o debiera ser. A raíz de la llaneza de la rutina cotidiana la comprensión permanece inarticulada.
“La comprensión, sin embargo, comienza cuando se produce una forma particular de distanciamiento: cuando se produce una brecha entre mi facticidad, mi modo de ser, y la esfera de mis posibilidades”[6]. Y es precisamente la enfermedad, la que se convierte en posibilitadora de la ruptura para que se dé el inicio de la comprensión que se mencionaba. En este caso particular hablamos de una experiencia límite que funciona como articuladora, y también como una experiencia catalizadora. “¿Para qué hablar de los primeros días? ¿Qué queda de ellos? Su horrible recuerdo no tiene voz. Yo no sabía ya ni quién era ni dónde estaba (…) Lo importante era que, como suele decirse, la muerte me hubiera rozado con sus alas. Lo importante era que me resultara más que asombroso vivir, que el día se hubiera convertido para mí en una luz inesperada. Antes, pensaba, ni me daba cuenta de que vivía. Tendría que hacer el palpitante descubrimiento de la vida.”[7] Los primeros días, ya no sabía quién era, ni dónde estaba; la familiaridad y la costumbre se había perdido. En ese momento es cuando se suspende el régimen del uno.
 “Y, de pronto, me invadió un deseo, un ansia, algo más furioso todavía, más imperioso que todo cuanto había sentido hasta entonces: ¡Vivir!, quiero vivir. Quiero vivir. Apreté los dientes, los puños, y me concentré por entero, perdidamente, desoladamente, en aquel esfuerzo a favor de la existencia.”[8] Esa ansia podría compararse con la voz de la conciencia. El comprender la invocación se revela como un querer-tener-conciencia y coincide con elegir la elección, elegir un ser-sí-mismo. Es un querer tener conciencia de las posibilidades de su ser, y para ello tiene que vivir, existir. El sí mismo propio sólo es apresable existenciariamente a partir y a través de “una modificación existentiva del uno. Esta modificación tiene la forma de un retroceder, un traerse de vuelta. La apropiación óntica no se produce sino a partir de un viraje en el sentido de una verdadera transformación. Y considerada desde  el punto de vista de la existencia cotidiana del Dasein inmerso en el uno-mismo, la transformación tiene el carácter de una liberación del imperio del uno, teniendo como requisito el poner en cuestión la interpretación regular e inmediata que el Dasein hace de su propio ser. Y precisamente eso es lo que empieza a suceder con Michel. Cuando está dando un paseo en el jardín se pregunta: “¿Sería aquella mañana en que, al fin, iba yo a nacer?”[9] Este es el momento del despertar, y eso ocurre con un desplegar de los sentidos, con un tener conciencia de los sentidos, de la propia vida; esto es, de una manera un tanto alejada de la comprensión media. También, la vida de los otros le revela algo de la suya. Y esa misma comprensión de los otros, abre el camino para la apropiación de sí. “¡Ah, qué sano estaba! Eso era lo que me enamoraba de él: la salud. La salud de aquel cuerpecito era bella.”[10] El otro es, a partir de quien se puede ver y puede comprender lo que no es, o lo que hace falta. A medida que pasa el tiempo, Michel se siente diferente, se ve como otro, ha cambiado. “Di en despreciar en mí aquella ciencia que antes constituía mi orgullo; los estudios que antaño fueron toda mi vida no parecía tuvieran conmigo más que una relación por completo accidental y convencional. Me descubrí otro, y existía, ¡oh gozo!, al margen de ellos.”[11] Michel se entrega a sí mismo a redescubrirse y a quitarse las “máscaras” con las que vivía, se entrega a la comprensión de su vida.
Michel cree también que puede aprender más de los rústicos, que los puede comprender. Y esa nueva comprensión despejará el camino hacia su sí-mismo, dejará ver el impulso hacia un estado más salvaje, su ser-sí-mismo que tiene tendencia a compenetrarse con la naturaleza.
Michel empieza a notar la diferencia entre quien está asumiendo su propia existencia y quien no la está asumiendo. Y la respuesta que buscaba de la vida, no la encuentra en los teóricos o pensadores, sino en el contacto con la naturaleza, con los rústicos, y no quiere decir que ellos se comprendan a sí mismos, o que se hayan apropiado de sí, sino que observándolos a ellos, puede comprenderse Michel a sí mismo. “Al principio esperé hallar una comprensión algo más directa de la vida entre algunos novelistas y algunos poetas; mas, si la poseían, hay que reconocer que apenas la mostraron; me pareció que la mayor parte de ellos ni siquiera vivían, que se contentaban con parecer vivos y que poco faltaba para que consideraran la vida como un enojoso obstáculo para escribir.”[12] Además, la conciencia del propio valer es lo que procura la suspensión del uno. “Era por primera vez, la conciencia de mi propio valer: lo que me apartaba, me distinguía de los demás, eso importaba; lo que nadie sino yo decía y podía decir, eso era lo que tenía que decir.”[13] El personaje en su exploración descubre sus preferencias y convicciones, empieza a construir su propia doctrina, hecho que descubre incluso Marceline: “-Veo muy bien –me dijo un día-, comprendo de sobra tu doctrina, porque al presenta ya es una doctrina. Quizá sea bella –y luego añadió, más bajo, tristemente-, pero suprime a los débiles.”[14] Con la ruptura de la comprensión media, en Michel se configura una nueva moral, una nueva forma de percibir y comprender la naturaleza en su acepción más amplia. En suma descubre su preferencia por las acciones que sean causa de ruptura con la familiaridad, y allí es donde siente curiosidad por el que roba, el que hace trampa en su propiedad, por la familia que tiene desorden moral, por la pelea que lo hace sentir vivo, en otras palabras, de lo decadente y de la dificultad es de lo que puede aprender.
Otra persona que se entera del cambio de Michel es Ménalque, quien al parecer ya le lleva ventaja en el proceso de la comprensión de sí mismo. “No tengo por costumbre ser discreto sino con aquello que se me confía; de lo que me entero por mí mismo, mi curiosidad, lo confieso, no tiene límites. Así, pues, he buscado, removido, preguntado por todas partes donde he podido. Mi indiscreción me ha servido, puesto que me ha hecho desear volver a verle; puesto que, en lugar del erudito rutinario que antaño veía en usted, sé que ahora debo ver… a usted le corresponde explicármelo.”[15] También él puede notar la diferencia entre la autenticidad y la inautenticidad. Y de hecho tiene algo de influencia sobre Michel. También comprendiendo algo de Ménalque, el camino de apropiación de Michel se hace más corto. “¡Ah, si todos los que nos rodean pudieran persuadirse de esto! Pero la mayoría piensan que no obtendrán de sí mismos nada bueno si no es dominándose; solo se gustan falseados. Todos pretenden parecerse a sí mismos lo menos posible. Cada cual se propone un modelo, después lo imita; ni siquiera escoge el modelo que imita; acepta un modelo ya existente. Sin embargo, creo que en el hombre hay otras cosas que leer. No hay quien se atreva. No hay quien se atreva a volver la página… Leyes de la imitación; yo las llamo leyes del miedo. Uno tiene miedo de encontrarse solo; y uno no se encuentra en absoluto (…)”[16] Precisamente, como se mencionaba con anterioridad, los movimientos existenciales mediante los cuales el Dasein evade la posibilidad de la apropiación, en este caso serían huída de sí, y el olvido de sí; y eso es lo que Ménalque cree que hace la mayoría.
En suma, todo el proceso lento de transformación de Michel, que inicialmente es de afuera hacia adentro y luego de adentro hacia fuera para finalmente aspirar a todo lo natural, es el que permite tal apropiación de sí. Pero del mismo modo, tal apropiación no se ha consumado para él totalmente, ya que como él mismo dice a sus amigos y en quienes deposita su confianza: “Arrancadme de aquí, ahora, y dadme razones para existir. Yo no sé ya encontrarlas. Tal vez me he liberado, pero ¿qué importa? Sufro por esta libertad sin empleo (...)”[17] Se ha liberado, pero no sabe ser libre. El camino continúa, y allí empieza lo más arduo.





[1] GIDE, André. El inmoralista. Barcelona: De bolsillo, 2003. P 16
[2] Ibíd. P 21
[3] BAUMAN, Zygmunt. La hermenéutica y las ciencias sociales: La comprensión como actividad vital: Martin Heidegger.  Buenos Aires: Nueva visión, 2002. P 159
[4] GIDE, Op, Cit.,  P 23
[5] Ibíd. P 24-26
[6] BAUMAN, Op, Cit., P 160
[7] GIDE, Op, Cit.,  P 33
[8] Ibíd. P 37
[9] Ibíd. P 46
[10] Ibíd. P 36
[11] Ibíd. P 61
[12] Ibíd. P 101
[13] Ibíd. P 103
[14] Ibíd. P 152
[15] Ibíd. P 106
[16] Ibíd. P 112
[17] Ibíd. P 166

viernes, 14 de septiembre de 2012

TRES IMÁGENES, TRES HISTORIAS, UN RELATO


02/06/2009



TRES IMÁGENES, TRES HISTORIAS, UN RELATO









PRIMERA IMAGEN 
(Experiencia y pobreza)

“Una generación que había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró indefensa en un paisaje en el que todo menos las nubes había cambiado, y en cuyo centro, en un campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras estaba el mínimo, quebradizo cuerpo humano.”(Benjamin, 1933)


1. Peter Corlett, Man in the Mud. Diorama

Esta imagen me sirve de apoyo para el primer texto que escogí: “Experiencia y pobreza” de Walter Benjamin. Una de las causas de la pérdida de experiencia es el exceso de atrocidad. Y en esta imagen vemos precisamente a un hombre desolado, ensimismado, que no sabe qué hacer, qué sentir ni qué decir ante el caos que lo consume.

SEGUNDA IMAGEN
(EXCESO DE PRINCIPIO CREADOR, REIVINDICACIÓN DE LO NATURAL –LO COTIDIANO- Y CRISIS DEL LENGUAJE)

“Pues mi inefable sentimiento de dicha ha de hallar cabida más bien ante una lejana, solitaria fogata en el bosque y no ante el espectáculo del cielo estrellado; más bien ante el canto del último grillo próximo a morir, cuando las nubes invernales se deslizan con el viento del otoño sobre los campos desolados y no ante la mayestática resonancia del órgano.”[1]





2. Gustave Klimt. Garden path with chicken, 1916.

En este caso, escojo una pintura de Klimt (artista vienés) que se refiere a la naturaleza, a lo sublime pero también sencillo que podemos ver en ella. Vale decir que hace muy bien juego con el texto de Hofmannsthal, en el que se resalta la belleza de lo natural.
Hugo von Hofmannsthal, escritor vienés, nacido en 1874 escribe un texto en 1902 titulado “Una carta” (Ein Brief), en el que su personaje Lord Chandos dirige una carta a su antiguo amigo, Francis Bacon disculpándose a causa de su total renuncia a la actividad literaria. Comienza describiendo extensamente su “estado inexplicable” de “obstinación espiritual” en la cual parece estar sumido. El hombre declara un cambio sustancial en su humanidad, ya no es él mismo: “Apenas sí reconozco en mí al mismo a quien vuestra apreciable carta está dirigida. (…) ¿Y podré acaso, siendo ya distinto, borrar de mi indescifrable interior todas las huellas y cicatrices de este desvarío en mi atormentado pensamiento? (…) Una enfermedad espiritual si queréis, un abismo sin puentes me separan tanto del trabajo literario por realizar como del ya realizado, este último que me habla de modo tan ajeno que en verdad titubeo al considerarme su autor.”[2] En este momento anuncia la ruptura que está elaborando con su tradición. Por eso es que Chandos le explica a Bacon la causa por la cual no colmó las esperanzas que éste puso en él y con ello se deslinda del mundo que representa Bacon. Los paralelos que se hacen con el “Novum organum”, la obra principal de Bacon, y el “Nosce te ipsum”- proyecto de Chandos - es una sutil crítica al principio de la obra de Bacon, la razón y la ciencia natural, en suma al racionalismo que inició la filosofía moderna. Dentro de esta referencia aparentemente tenue, le da un golpe fuerte a la pretensión del ser humano de abarcar la totalidad y de tener dominio pleno sobre la naturaleza.
Ocurre una especie de epifanía en la que se le presenta a Chandos la posibilidad de apertura hacia la valoración del mundo “inculto”, del mundo natural. La vida sería el mundo “inculto” que forma parte de la gran unidad, sería lo cotidiano. “La existencia misma como una gran unidad: el mundo espiritual y el corporal no mostraban contradicción alguna entre sí, como tampoco el comportamiento cortesano y animal, el arte y su negación, la soledad y la sociedad; en todo sentía latir a la naturaleza (…) Y en toda la naturaleza distinguía mi propio pulso (…) se me ocurría que todo eran semejanzas y cada criatura llevaba dentro la clave de la otra”[3]Colocar una criatura tras otra bajo la misma corona explica la negación de la superioridad del hombre sobre lo natural. Y tal plan de pretensiones exageradas es la que sume a Chandos en la impotencia que constituye su permanente disposición de ánimo.
Los conceptos terrenales le rehúyen, el lenguaje se ha tornado privación para percibir la realidad que no captan las palabras abstractas, los conceptos. Y la realidad para Chandos precisamente es esa unidad espiritual y corporal que sería anterior a los “conceptos terrenales”.
“Mi caso es, en resumidas cuentas, el siguiente: he perdido la capacidad de pensar o hablar coherentemente (…) no acudían a mi boca las palabras que cualquiera suele emplear sin previo pensamiento. Comencé a sentir una inexplicable desazón al solo mencionar las palabras “espíritu”, “alma” o “cuerpo”. (…) No, era más bien que las palabras abstractas, que en la lengua común se usan con naturalidad para emitir cualquier juicio ordinario, se me desmoronaban en la boca como hongos putrefactos. (…) ya no podía captar los argumentos con la actitud simplificante de la costumbre. Todo se me dividía en partes, las partes, en partes a su vez; nada se dejaba abarcar con un concepto. Las palabras aisladas flotaban a mi alrededor, transformándose en ojos que me observaban y a los que yo también debía observar.”[4] Las palabras que antes se han usado como herramientas y de las cuales se ha abusado tanto han terminado por profanarse. Esto también cuenta como crítica a la metafísica occidental tradicional. Chandos se ha estandarizado un poco, pudiendo de esta manera percibir lo cotidiano. “Una regadera, un rastrillo abandonado, un perro tomando el sol, un cementerio miserable, un inválido, una pequeña granja, cualquier cosa que puede tornarse en el recipiente de mi revelación (…) es capaz de imprimir en cuestión de segundos –cosa en absoluto fuera de mi control- un sello tan sublime y conmovedor, que ninguna palabra conllevaría el suficiente sentido para expresarlo”[5] En este caso se determina la imposibilidad que tiene su lenguaje de percibir el entorno, de nombrarlo puesto que el nombre no aprehende totalmente el contenido que presiente tiene el objeto. De nuevo hay una movilización de la imagen por la palabra. Es algo así como si la experiencia estuviera atravesada por la imposibilidad de comunicarse. Su desasosiego consiste en que aún no tiene la oportunidad de comunicarse con las cosas “mudas”, tampoco tiene como expresar o describir lo maravilloso de su entorno y la nueva potencialidad que tiene para él, lo cotidiano y lo natural. Le hace falta descubrir algo diferente a la lengua que poseía con anterioridad. “(…) no escribiré un solo libro en inglés o en latín, y esto por una razón, cuya penosa singularidad dejo con mirada transparente al criterio de vuestra infinita autoridad, única capaz de ordenar el tesoro armónicamente extenso de los fenómenos espirituales y corporales: porque la lengua en que tal vez se me ha concedido no sólo escribir sino también pensar no es el latín ni el inglés ni el italiano ni el español, sino una lengua de cuyas palabras ninguna me es familiar aún, una lengua en la cual me hablan las cosas mudas, y en la cual quizá yo mismo, ya en la tumba, me justificaré ante un juez desconocido.”[6]

TERCERA IMAGEN 
(Destrucción de la experiencia)


3. Ben Goode[7], Australia. Descripción: Calentamiento global. Foto montaje.

Esta fotografía podría ilustrar las causas principales de la destrucción de la experiencia. 1. El exceso de tedio. 2. Exceso de atrocidad. 3. Exceso de principio creador. Aquí el hombre está parado en un sitio mientras que la experiencia le es arrebatada y por tanto se encuentra ya fuera de él. Por una parte deja ver la aridez de su interior y por otro lado encontramos el progreso, la banalización y la construcción de una humanidad que tal vez le es ajena.
Nos sugiere Giorgio Agamben que en la actualidad, cualquier discurso sobre la experiencia debe partir de la constatación de que ya no es algo realizable. Pues así como fue privado de su biografía, al hombre contemporáneo se le ha expropiado su experiencia: más bien la incapacidad de tener y transmitir experiencias quizás sea uno de los pocos datos ciertos de que dispone sobre sí mismo[8]. Ya habíamos visto que Benjamin en su texto “Experiencia y pobreza” había diagnosticado esa pobreza de experiencia de la época moderna, y señalaba sus causas en la catástrofe de la guerra mundial.
Hoy sabemos, según Agamben, que para efectuar la destrucción de la experiencia no se necesita en absoluto de una catástrofe y que para ello basta con la pacífica existencia cotidiana en una gran ciudad. Pues la jornada del hombre contemporáneo ya casi no contiene nada que todavía pueda traducirse en experiencia. “El hombre moderno vuelve a la noche a su casa extenuado por un fárrago de acontecimientos –divertidos o tediosos, insólitos o comunes, atroces o placenteros- sin que ninguno de ellos se haya convertido en experiencia”[9]. Por tanto esa incapacidad para traducirse en experiencia es lo que vuelve hoy insoportable la existencia cotidiana, y no una supuesta mala calidad o insignificancia de la vida contemporánea respecto a la del pasado.
En el siglo XIX, lo cotidiano y no lo extraordinario constituía la materia prima de la experiencia que cada generación le transmitía a la siguiente. En cada acontecimiento en tanto que común e insignificante, la experiencia condensaba su autoridad[10]. Porque la experiencia no tiene su correlato necesario en el conocimiento, sino en la autoridad, es decir, en la palabra y el relato. Actualmente ya nadie parece disponer de autoridad suficiente para garantizar una experiencia y, si dispone de ella, ni siquiera es rozado por la idea de basar en una experiencia el fundamento de su propia autoridad. Por el contrario, lo que caracteriza al tiempo presente es que toda autoridad se fundamenta en lo inexperimentable y nadie podría aceptar como válida una autoridad cuyo único título de legitimación fuese una experiencia[11].
No es que hoy ya no existan experiencias, sino que éstas se efectúan fuera del hombre. Y curiosamente el hombre queda contemplándolas con alivio. Desde este punto de vista, resulta particularmente instructiva una visita a un museo o a un lugar de peregrinaje turístico. Frente a las mayores maravillas de la tierra, la aplastante mayoría de la humanidad se niega a adquirir una experiencia: prefiere que la experiencia sea capturada por la máquina de fotos[12]. Para Agamben no se trata de deplorar esa realidad, sino más bien trata de tenerla en cuenta, porque tal vez allí se esconda el germen de una experiencia futura; y la tarea que se propone para ello es preparar un lugar lógico donde esa semilla pueda alcanzar su maduración.
En cierto sentido, dice Agamben[13], la expropiación de la experiencia estaba implícita en el proyecto fundamental de la ciencia moderna. “La experiencia, si se encuentra espontáneamente, se llama caso, si es expresamente buscada toma el nombre de experimento”[14].  La certificación científica de la experiencia que se efectúa en el experimento –que permite deducir las impresiones sensibles con la exactitud de determinaciones cuantitativas y por ende prever impresiones futuras- responde a esa pérdida de certeza que desplaza la experiencia lo más afuera posible del hombre: a los instrumentos y a los números. Pero de este modo la experiencia tradicional perdía en realidad todo valor. En los ensayos de Montaigne se demostraba que la experiencia es incompatible con la certeza, y una experiencia convertida en calculable y cierta pierde inmediatamente su autoridad. No se puede formular una máxima ni contar una historia allí donde rige una ley científica[15]. Nos recuerda Agamben que  la idea de una experiencia separada del conocimiento se ha vuelto para nosotros tan extraña que hemos olvidado que, hasta el nacimiento de la ciencia moderna, experiencia y ciencia tenían cada una su lugar propio.
Agamben propone que una teoría de la experiencia que verdaderamente pretendiera plantear de manera radical el problema de su dato originario debería recoger los movimientos, anteriores a esa “expresión primera”, de la experiencia “por así decir todavía muda”, o sea que necesariamente debería preguntarse: ¿existe una experiencia muda, existe una in-fancia de la experiencia? Y si existe, ¿cuál es su relación con el lenguaje?[16] Una experiencia originaria, lejos de ser algo subjetivo, no podría ser sino aquello que en el hombre está antes del sujeto (entendiendo al sujeto como lingüístico, suponiendo que es en el lenguaje donde el sujeto tiene su origen y su lugar propio[17]), es decir, antes del lenguaje: una experiencia “muda” en el sentido literal del término, una in-fancia del hombre, cuyo límite justamente el lenguaje debería señalar[18] (esta idea también nos remite a Lord Chandos, y a su experiencia “muda”).
Si bien es cierto dice Agamben[19], que se puede sustancializar una in-fancia, un “silencio” del sujeto a partir de la idea de un “flujo de conciencia” inaferrable e indetenible como fenómeno psíquico originario, cuando luego se ha pretendido darle realidad y aprehender esa corriente originaria de los Erlebnisse, no fue posible sino haciendo que hablara en el “monólogo” interior[20]. Es posible identificar esa infancia del hombre con el inconsciente de Freud; pero en cuanto Es, en cuanto “tercera persona”, en realidad, es una no-persona, un no-sujeto, que sólo tiene sentido dentro de su oposición con la persona. La idea de una infancia como una “sustancia psíquica” pre-subjetiva se revela entonces como un mito similar al de un sujeto pre-lingüístico. Infancia y lenguaje parecen así remitirse mutuamente en un círculo donde la infancia es el origen del lenguaje y el lenguaje, el origen de la infancia. La experiencia, la infancia a la que nos referimos, coexiste originariamente con el lenguaje, e incluso se constituye ella misma mediante su expropiación efectuada por el lenguaje al producir cada vez al hombre como sujeto. Es así como el problema de la experiencia como patria original del hombre se convierte en el problema del origen del lenguaje, en su doble realidad de lengua y habla. Solamente si pudiéramos encontrar un momento en que ya estuviese el hombre, pero todavía no hubiera lenguaje, podríamos decir que tenemos entre manos la “experiencia pura y muda”, una infancia humana e independiente del lenguaje. Pero esto es mera fantasía. Nunca encontramos al hombre separado del lenguaje y nunca lo vemos en el acto de inventarlo[21]
Para Agamben, como infancia del hombre, la experiencia es la mera diferencia entre lo humano y lo lingüístico. Que el hombre no sea desde siempre hablante, que haya sido y sea todavía in-fante, eso es la experiencia. El hecho de que haya una infancia, es decir, que exista la experiencia en cuanto límite trascendental del lenguaje, excluye que el lenguaje pueda presentarse a sí mismo como totalidad y verdad. Lo inefable es en realidad infancia. La experiencia es el mysterion que todo hombre instituye por el hecho de tener una infancia[22].



RELATO (A propósito de El hombre sin atributos)



Estas tres historias se pueden articular apropiadamente en el texto que abordaré en el trabajo de grado, en El hombre sin atributos de Robert Musil. Los personajes que allí encuentro son ejemplos clave del fenómeno que he tratado de definir –destrucción de la experiencia- mediante estos tres autores, Benjamin, Agamben y Hofmannsthal.
Es así como la crisis de la representación y de la noción de sujeto moderno, sujeto de conciencia, en el que se pretendía unir ciencia y experiencia, inteligencia y alma, marca fuertemente al hombre moderno, modificándole de alguna forma su humanidad, y produciendo lo que Giorgio Agamben denomina como  destrucción de la experiencia; experiencia que le es arrebatada al hombre, siendo extraída de él y resultándole finalmente ajena, porque ha sido desterrada al campo de la simple experimentación científica, o del caso clínico, del dato. Para Agamben, la incapacidad de tener y transmitir experiencias se convierte en uno de los pocos datos ciertos que ese hombre dispone sobre sí mismo.
Esta incapacidad se refleja de maneras diversas por ejemplo, la caída y catástrofe del S. XX, la primera y segunda guerra mundial,  repercuten en el pensamiento del hombre, y el modo de ser de los humanos se ve tocado por esa experiencia de la destrucción; así los hombres que llegan de la guerra, son incapaces de hacer relato de lo que acontece en ella, y como decía Benjamin en 1933, los hombres retornaban no más ricos en experiencia sino empobrecidos y vaciados de la misma, indefensos. Una de las razones por las que este tipo de experiencias atroces no puedan comunicarse después, es  porque se banalizan, se trivializan, además de que hay un evidente trastorno del lenguaje; se produce una mudez y un consecuente vaciamiento del lenguaje.
Se convierte por tanto, en una exigencia ética el crear a partir de la pobreza de experiencia. Nos dice Benjamin[23] que se debe hacer algo decoroso, sacar algo en limpio de esto. Y es así como Musil tendría por honroso reconocer que la moral se derrumba ante el agotamiento del sistema de valores.
“Hemos conquistado la realidad y perdido el sueño. Ya nadie se tiende bajo un árbol a contemplar el cielo a través de los dedos del pie, sino que todo el mundo trabaja; tampoco debe engañar nadie al estómago con idealizaciones, si quiere ser de provecho, más bien tiene que comer chuletas y moverse. (…) La aridez interior, el desmesurado rigorismo en las minucias junto a la indiferencia en el conjunto, el desamparo desolador del hombre en un desierto de individualismos, su inquietud, maldad, la asombrosa apatía del corazón, el afán de dinero, la frialdad y la violencia que caracterizan a nuestro tiempo son, según estos juicios, única y exclusivamente consecuencia del daño que ocasiona al alma la raciocinación lógica y severa.”[24]
Acá se indican dos de las causas de la destrucción de la experiencia. La primera es la expropiación de la fantasía del ámbito de la experiencia. Una experiencia a la que se le elimine el ámbito de la fantasía es una experiencia vaciada. La Edad Moderna le resta valor a la fantasía, la pone en cuestión porque sospecha de ella. Y la segunda es sin duda la presión que ejerce el desarrollo de la técnica sobre la humanidad del hombre. Pero tampoco podemos olvidar que la presunción de este hombre moderno de poseer una razón única, lo ha afectado también ontológicamente.

El lugar de la creación se convierte en espacio de autodestrucción. La creación no podría ser pensada sin la destrucción, ya que sin ella algunos artistas no serían lo que son. Y precisamente cuando tratamos el concepto de autor y creación,  recordamos a Frenhofer  y a Walter[25] como reflejo de la genialidad que presupone Clarisse.
Nos dice Dore Ashton[26] hablando de Balzac, que Tanto en la Obra maestra desconocida como otras de sus historias sobre artistas son sugestivas revisiones del concepto de genio más comúnmente aceptado. Diderot por ejemplo, consideraba el genio como una aptitud natural, y mantenía que el entusiasmo era el primer requisito de la creación. En el artista maduro, sin embargo, el entusiasmo dejaba paso a la imaginación, la destreza y la disciplina. Kant también consideraba el genio como una aptitud natural innata, pero en La  Crítica del juicio (1790) advertía que de poco valía por sí solo, sin trabajo y sin aprendizaje.
Frenhofer proyecta su sombra sobre el pensamiento moderno porque Balzac enriqueció su versión final con detalles lo bastante convincentes para hacer de su personaje no sólo un ejemplo del principio creador enloquecido, sino ante todo un pintor plausible[27].
Narra Ashton[28] en su texto, que las últimas palabras lúcidas que Frenhofer dirige a sus dos admiradores “hace falta buena fe, fe en el arte, para realizar una obra semejante”, están dirigidas al alma moderna, despojada de toda espiritualidad. La necesidad de elementos míticos no ha disminuido, algunos siguen siendo indispensables. Frenhofer es el arquetipo del artista moderno, hostigado por un ansia constante y atormentado por la duda metafísica.
Frenhofer está dotado en exceso de lo que Balzac llama principio creador, su capacidad de observar las violentas reacciones del propio espíritu se encuentra excesivamente desarrollada[29]. Balzac sostenía su idea de que mientras crea el artista está lejos de sí mismo, fuera de sí mismo, más allá de sí mismo.
Quizás esa es la experiencia pura de la que nos habla Agamben[30], la experiencia que no es ni discursiva ni subjetiva. Es el establecimiento del artista en la in-fancia como patria del hombre. También aquí hay una introducción de la noción de una experiencia que no es del yo, de la que difícilmente nos podemos apropiar y es carente de autoconciencia. Estas experiencias de la creación, no le pertenecen entonces al sujeto, le pertenecen al ello, a un él. Se entenderían como atributos que están más allá de los privilegios del individuo.
Para Clarisse, el genio era de gran importancia, creía ciegamente en él, y para ella era cuestión de voluntad. “Aunque no sabía qué era un genio, todo su cuerpo se conmovía y temblaba al oír hablar del asunto; “‘se siente o no se siente’, éste era su único argumento.”[31]
“-¿Te acuerdas de nuestra conversación sobre los artistas? – preguntó inseguro (Walter).
-La que tuvimos hace unos días. Yo te expliqué lo que significaba el principio creativo, viviente en un individuo. ¿No recuerdas cómo llegamos a la conclusión de que antiguamente, en lugar de la muerte y de la lógica mecanización, reinó la sangre y la sabiduría?”[32] Acá también se hace referencia a los elementos míticos,  que la modernidad había olvidado, como la sangre y la sabiduría que hacen parte del principio creador.
Por eso se habla también del arte como un lugar donde puede ser posible la experiencia cuando no se ha expropiado  la fantasía de él, cuando el mythos no se ha eliminado. Una experiencia vaciada del ámbito de la fantasía, es una experiencia vaciada. Pero tampoco podemos olvidar que la fuente de lo inexperimentable comprende: 1. El exceso de tedio (banalización). 2. Exceso de atrocidad (como lo menciona Benjamin). 3. Exceso de principio creador (de esto algo vemos en la carta de Lord Chandos).
Hay ocasiones en que la obra puede ser aniquilada por la sobreabundancia de principio creador. Y allí es cuando el artista se encuentra ante límites del lenguaje y no puede expresarse.
Algo similar ocurre con Lord Chandos en su carta. Al percibir la realidad física y cotidiana, Chandos sabe que debe callar y que nunca podrá sustituir lo vivido por lo expresado por el lenguaje. Lo real se torna entonces silencio porque el lenguaje no puede expresar la armonía de lo viviente. “(…) la retórica pura, tan útil para las mujeres o para la Cámara de los Comunes, esa fuerza coercitiva tan sobrevalorada en nuestro tiempo, no basta para penetrar el interior de las cosas.”[33]
Chandos va a llegar a la conclusión de que aún no hemos aprendido el lenguaje que pueda decir lo que es; consecuentemente, aprenderá a callar y percibir las cosas libres de las  palabras o símbolos. Búsqueda de otra lengua “(…) porque la lengua en que tal vez se me ha concedido no sólo escribir sino también pensar no es el latín ni el inglés ni el italiano ni el español, si no una lengua de cuyas palabras ninguna me es familiar aún, una lengua en la cual me hablan las cosas mudas, y en la cual quizá yo mismo, ya en la tumba, me justificaré ante un juez desconocido.”[34]
 Chandos recupera la cercanía de las cosas que se han perdido al reemplazarlas por los conceptos. Chandos termina su carta con la declaración de abandono a  la literatura. Ya no escribe, sólo percibe la realidad que hace juego con el enigma. Vemos consecuentemente como la pobreza de la experiencia también tiene que ver con la transformación del lenguaje. Hay una mudez y un vaciamiento de lenguaje.



[1] Hugo von Hofmannsthal. Paisajes, cuentos y ensayos, México, Editorial Aldus, 1999.  P. 106-107
[2] Ibíd., P 95-96
[3] Ibíd., P. 98-99
[4] Ibíd., P. 100-101
[5] Ibíd., P. 102-103
[6] Ibíd., P. 108
[7] http://www.kwestdigital.com.au/flash/home.html [consultada Mayo 31, 2009]
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[8] Giorgio Agamben. “Ensayo sobre la destrucción de la experiencia”, en: Infancia e historia. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2001. P 7-91
[9] Ibíd., P. 8
[10] Recordemos que por ejemplo en el texto de von Hofmannsthal, para Lord Chandos es más importante lo cotidiano que lo extraordinario, cobra mayor hermosura una lejana y solitaria fogata que un cielo estrellado, o el canto del último grillo próximo a morir que la mayestática resonancia del órgano.
[11] Ibíd., P.9
[12] Ibíd., P. 10
[13] Ibíd., P. 4
[14] Francis Bacon, citado en: Giorgio Agamben, Infancia e historia, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2001, p. 13
[15] Ibíd., P. 15
[16] Ibíd., P. 48
[17] Ibíd., P.61
[18] Ibíd., P. 64
[19] Ibíd., P. 65
[20] Bien lo intuyó Joyce en su Ulises.
[21] Ibíd., P. 66-69
[22] Ibíd., P. 70-71
[23] Walter Benjamin. “Experiencia y pobreza”, en:  Discursos interrumpidos I. Madrid: Taurus, 1973. 206 P
[24] Robert Musil. El hombre sin atributos. Tomo 1. Barcelona: Seix Barral, 2007. P p.42-43
[25] Frenhofer es el personaje principal del texto de Balzac: “La obra maestra desconocida” y Walter  y Clarisse  son personajes de “El hombre sin atributos”.
[26] ASHTON, Dore. Una fábula del arte moderno. España: Fondo de cultura Turner, 2001.  257 P.
[27] Cf. ASHTON Ibid, p.26
[28] Ibid, p.55
[29] Ibid, p.44
[30] Giorgio Agamben. “Ensayo sobre la destrucción de la experiencia”, en:  Infancia e historia. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2001. 212 P.
[31] MUSIL,  Op, Cit.,  p.66
[32] Ibid, p.67
[33] Hugo von Hofmannsthal. Op. Cit.,   P 96
[34] Ibíd. P 108